El Cuento del Manzano
Había una vez un manzano.
En el más llano de los valles, perdido entre montañas.
Sin un árbol más que lo acompañara en su sombra.
Pequeñas flores emergían del suelo con la misma ligereza que una hormiga trepaba por sus tallos.
Eran toda su compañía. Unas frágiles margaritas que nacieron traídas por el viento.
Los primeros inviernos pasaron, las primaveras llegaron y con ella el manzano se llenó de vida.
Al final de un largo y caluroso verano, sus primeros frutos cayeron, y cuando más acompañado se sentía, el manzano volvió a estar solo.
Las manzanas, presas del tiempo se consumieron y sus semillas quedaron en aquel valle.
Llegó el invierno y el manzano, sumido en la más profunda tristeza, sin sus pétalos entre sus hojas y sin sus ansiados frutos empezó a caer en un profundo letargo.
Pero la primavera volvió y también lo hicieron sus flores y en aquel lugar donde un día murieron sus manzanas había un joven, pequeño, pequeñísimo árbol que crecía entre la hierba.
Y nunca más volvió a sentirse solo.
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