15 de Enero del 2021
Nace. Naces.
Y es como si te rompieran en mil pedazos, y te volvieras a construir de nuevo, con las mismas piezas, pero casi imposible encajar cada trozo en su lugar de antes. Y te recoges a ti misma parte por parte, desde el suelo.
Y así, de la nada, crecen dos personas nuevas.
De repente lo más importante del mundo depende de ti.
Pero nadie te dice todo lo que vas a llorar.
Porque ser madre duele.
No duelen los puntos, no duele la leche, no duele el no dormir.
Duele el alma.
Porque el alma también se rompe, para empezar de nuevo.
Duele el alma porque a pesar de que te han dicho que no vas a dormir como antes, es real que ya no vas a dormir como antes.
Duele el miedo, el no saber, el orgullo.
Duele si llora, duele si no llora, y duele cuando lloras tú.
Porque te miras en un espejo y ya no queda nada de ti. Porque no es el físico lo que se ha ido, que también. Es todo lo que ha llegado.
Ha llegado la falta de tiempo, ha llegado el no peinarse, el no ducharse cada día, el hacer pis con un bebé colgando. ¿Pero yo qué hice ayer?
Duele en que los días ya no tienen más de un par de horas, porque hace mucho que las 24 que tenían se esfumaron. Duele cuando el reloj dice que es de noche y no has hecho nada de lo que hacías antes.
Duelen las decepciones, los huecos vacíos, las personas que estaban y que ya no están y que sabes que no estarán jamás. Porque tú ya no eres la misma persona, recuérdalo.
Duele decir no, duele pedir ayuda cuando te sientes sola, cuando ya no puedes más.
Pero de repente, abre los ojos, despacito, y te mira. Y sonríe.
Te mira y te sonríe de aquella manera que sabes que nadie más, nunca, jamás, te va a mirar. Y apoya tu manita en la cara y sin hablar, los pedazos se van colocando, los días se vuelven un poco más largos y todo empieza de nuevo. Y todo merece la pena.
Llevaban razón.
Aunque nada vuelva a ser como antes.
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