El caos. Que abruma, que arrasa, que inunda. La oscuridad, que anhela a la luz. La loba que acecha al carnero. Y ella, que en su lana se esconde. El aullido que atraviesa el cielo. Que rompe el silencio en la noche. El sonido que invade y eriza la piel. Y que sin rival, da comienzo a la caza. Aúllemos.
En tus gemidos el rugido del sonido del mar. Esa calma tras la tempestad. El fuego de tus fueros internos, que gritan una vez más. Ardiendo. El salitre pegado a la piel. Los latidos que corren deprisa. Rápido. Lento. Los cuerpos mojados. Y tus besos que saben a sal.
Este año me descubrí en el amor propio. Y me enamoré de mi mejor versión. Me perdí y me encontré, como un faquir encuentra al fuego. Sin temor a quemarme. No sabía que se podía volar saltando, hasta que toqué el cielo. Ni que temblar no sería por miedo. Solté la vergüenza, perdí la cabeza y lo hice bailando. Este año ha sido tan intenso como yo, mágico, rompedor. Ha sido como el sabor del tequila cuando se mezcla con la sal y el limón.
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